Manuel Azaña (1880-1940) (http://www.teinteresa.es) |
La ruptura del consenso político, en los primeros meses de la II República, tiene un momento simbólico en la memoria de los españoles. El 13 de octubre de 1931, el debate sobre la futura Constitución alcanzó su punto culminante con el discurso del entonces ministro de la Guerra, Manuel Azaña. Este discurso contenía una frase muy importante que encuentras al principio de esta entrada. En esta frase se ha querido encontrar la fractura definitiva entre dos modos de entender la cultura y la política nacionales: «España ha dejado de ser católica».
Las graves palabras de Azaña no son fruto del apresuramiento acalorado de una réplica parlamentaria o del desliz involuntario de un comentario de tertulia. El próximo jefe del Gobierno (lo fue en los años 1931-1933, 1936), era la figura más destacada del republicanismo español por sus continuas intervenciones en el Congreso de los Diputados. Azaña basaba su ideario republicano en una triple ruptura: la forma de gobierno, la reforma social y el laicismo del Estado.
Por el valor simbólico y la voluntad política que Azaña quiso inculcar a sus palabras, merece la pena detenerse en la que fue una de las intervenciones más brillantes y mejor medidas del líder republicano en la Cámara.
En aquel discurso aparecía clara la voluntad de liquidar una legislación que se juzgaba superada por los acontecimientos y la modernización de la sociedad española.
Las leyes habían de reformarse para ser «garantía de estabilidad en la continuación», nunca baluarte de «la obstrucción y del retroceso». Los legisladores tenían que dar solución política al desajuste entre las instituciones y la voluntad social pero no debían contentarse con la pura y simple certificación de cambios impuestos por el humor de la opinión pública. Por esta razón no puede reprocharse a Azaña, en el más famoso de sus discursos, ni improvisación, ni frivolidad ni, menos aún, un populismo anticlerical.
Al pie de la tumba de Azaña se lee... (http://www.neofato.es) |
La idea de España se tomaba tan en serio en aquél tiempo, que a ella se subordinaban la acción del legislador y la reflexión del dirigente político. La meditación sobre nuestra cultura le había llevado a Azaña al convencimiento de que España había dejado de ser católica. Si el dirigente republicano negaba el carácter católico de la España de 1931 era porque la comparaba con la que en otras épocas se había distinguido por propagar el mensaje del catolicismo en buena parte del mundo.
El catolicismo se apoyó en el brazo imperial y el poderío político de España especialmente en los siglos XVI y XVII, en los años del Renacimiento y la Contrarreforma. «Allí está todavía la Compañía de Jesús, creación española, obra de un gran ejemplar de nuestra raza, y que demuestra hasta qué punto el genio del pueblo español ha influido en la orientación del gobierno histórico y político de la Iglesia de Roma».
Esa España identificada con la religión católica, esa España puesta al servicio de una misión espiritual que dio sentido a la cultura nacional no existía ya en 1931, pensaba Azaña. España había dejado de ser católica para Azaña, porque nuestra nación ya no podía identificar su ideario con el catolicismo que la inspiró en los comienzos de la Edad Moderna.
En aquella frase provocadora y meditada latía, sin embargo, el deseo de articular cualquier reforma sobre la certeza del mantenimiento de una tradición, sobre el respeto y, desde luego, superación de lo que había sido inspiración ideológica de una nación, sustancia de una empresa colectiva, idea creadora de una larga trayectoria histórica de Occidente.
(Tomado de http://www.abc.es Modificado por José I. Iglesia Puig sm el día 1 de Diciembre de 2014)
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